domingo, 10 de enero de 2010

Nueva encuesta presidencial!

A una semana exactamente de conocer quien será el próximo Presidente de Chile realizo mi propio sondeo de opinión. Todos invitados a participar y dejar sus comentarios.

Saludos!

La derecha y Vargas Llosa

Por: Carlos Peña
Domingo 10 de Enero de 2010
Fuente: Blogs de el Mercurio

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La intervención de Vargas Llosa, el viernes —se reunió con Piñera, Edwards y Ampuero para conversar acerca de la libertad—, debió poner en aprietos a la derecha chilena.

Y es que el concepto de libertad que maneja el escritor no era el de la mayoría de quienes le aplaudían (y no se sabe entonces si aplaudían de corteses o porque no entendieron nada).

Para Vargas Llosa, la libertad equivale a la autonomía que una sociedad democrática reconoce a sus miembros adultos en una amplia gama de actividades que van desde los intercambios económicos a la vida sexual.
Así entonces, y justo porque defiende la libertad como gato de espaldas, el escritor peruano es partidario del reconocimiento pleno de los gays (aunque les recuerda que la ausencia de prohibición podría matar el deseo); no vacila a la hora de distribuir la píldora del día después (de hecho ha defendido la despenalización del aborto y considera igualmente arbitrario obligar a abortar, que coaccionar a alguien a mantener un embarazo); aboga por la más amplia autonomía expresiva (no podría creer que en Chile se prohibían películas con el aplauso de casi la mitad de quienes apoyan a Piñera); considera al nacionalismo una variante de la barbarie (si le hubieran informado que Piñera esgrimió el orgullo nacional para traer a Pinochet de vuelta, no lo hubiera creído); es partidario de la neutralidad religiosa más estricta (al extremo que ha defendido las sectas, poniéndolas al mismo nivel que la Iglesia Católica); considera a Pinochet, con todas sus letras, un tirano y un sátrapa (si supiera que entre los socios de Piñera hay algunos que todavía lloran al general, pensaría que estaba soñando); llama al régimen de Pinochet dictadura oprobiosa (¿qué diría si supiera que entre los socios de Piñera hay algunos que fueron sus funcionarios?); y cree que los golpes de Estado son un producto latinoamericano tan nefasto como la coca (aunque esta última es algo menos dañina).

La mayoría de los dirigentes de la derecha chilena habría crujido de indignación si se hubieran enterado de lo que Vargas Llosa —con esa elegancia que parece connatural al habla de los peruanos— quería decir cuando pronunciaba una y otra vez la palabra libertad.

Y es que nada de lo que Vargas Llosa ha defendido con uñas y dientes (desde antes de que Edwards escribiera “Persona non grata’’ y a décadas de distancia de cuando Ampuero vio inflamarse el retamo al borde del camino) lo cree la derecha en Chile.

Al revés de Vargas Llosa, gran parte de la derecha chilena, un puñado de la cual estaba allí aplaudiéndolo, cree que el Estado si bien debe abstenerse de intervenir en la vida económica debe, en cambio, inmiscuirse en la vida afectiva y sexual de los ciudadanos.

Son esos sectores de la derecha los que se opusieron hasta el último minuto a la ley de divorcio; los que siguen resistiendo, como si el cielo se fuera a caer, la distribución de la píldora del día después; los que serían capaces de incendiarlo todo si se despenalizara el aborto; y los que piensan que hay ocasiones en que es correcto censurar.
Y entre quienes lo aplaudían –y al contrario de lo que cree el espléndido escritor peruano– había quienes piensan que la Iglesia Católica merece ventajas de parte del Estado y que equipararla con los Testigos de Jehová es una ofensa; que la Nación es una entidad con espíritu propio que, llegado el caso, hay que defender, a como de lugar, de las ideas que la relativizan; que las violaciones a los derechos humanos acaecidas en Chile no deben ser condenadas de modo categórico; que la historia absolverá a Pinochet; y que la dictadura no merece ser llamada dictadura, sino apenas un pronunciamiento.

No cabe duda.

Lo más llamativo del encuentro del viernes no fue la elocuencia de Vargas Llosa —a su lado Edwards y Ampuero balbuceaban—, sino los aplausos unánimes de esa audiencia, donde había gente que no creía, ni nunca ha creído, y nunca creerá siquiera un ápice de lo que defiende el intelectual que tenían al frente.